Obra

Cada serie pictórica de Damo Coll propone una mirada íntima sobre mundos posibles, siempre atravesada por su ojo de narrador visual.

Las obras aquí expuestas forman parte de su primera gran muestra individual, y pueden adquirirse contactando directamente con el artista.

Las ciudades distópicas de Damo Coll emergen como paisajes urbanos densos, atravesados por mensajes fragmentados y carteles publicitarios que evocan un futuro sobrecargado de información, donde las palabras han perdido su significado original y se transforman en un ruido visual constante. Su obra, inspirada en la estética de Blade Runner y otras representaciones de urbes futuristas como algunas de Star Wars, encuentra un punto de conexión con el trabajo del diseñador David Carson. La tipografía, lejos de ser un simple signo, adquiere una presencia orgánica, componiendo collages caóticos en los que las letras se superponen y se entrecortan, generando un nuevo lenguaje, incomprensible pero universal.

Esta sobrecarga de información, mensajes efímeros y signos fragmentados no es casual. Con una trayectoria en comunicación política y un conocimiento profundo del impacto de los discursos en la sociedad, Damo traduce en sus pinturas una crítica sutil a la saturación de mensajes que nos rodea. Los rascacielos de sus ciudades están coronados por enormes carteles publicitarios en los que el contenido ha perdido relevancia, convirtiéndose en meros destellos de color, símbolos de un consumismo vacío que domina el paisaje urbano.

Técnicamente, su obra se construye a través de una técnica mixta en la que el acrílico y el collage dialogan con la espátula y el pincel. Su trazo, grueso e inacabado, evoca la idea de una ciudad en constante transformación o en proceso de desintegración, reforzando la sensación de fragilidad de estos entornos. Hay una clara influencia del pintor inglés Paul Kenton en la aplicación de la materia y la construcción de las superficies urbanas. En varias de sus obras, Damo incorpora materiales no convencionales como cartones corrugados —que simulan texturas metálicas o superficies de chapa—, mallas metálicas que, a escala, evocan alambrados de terrenos abandonados, etiquetas con códigos de barras o QR que intensifican la crítica al consumo, e incluso fragmentos de sus propias tarjetas de crédito, de las cuales corta y reutiliza la sección con su nombre como una firma oculta y personal. Estos elementos, además de aportar textura y profundidad, refuerzan el mensaje conceptual de su obra: el sistema, sus desechos y sus signos, reapropiados como lenguaje visual.

La paleta de colores varía según la escena: las ciudades nocturnas se iluminan con los neones de los carteles publicitarios y las luces de las ventanas, generando un contraste entre lo artificial y la oscuridad envolvente; mientras que sus ciudades diurnas, muchas de ellas emplazadas en paisajes áridos similares a ciertos escenarios de Star Wars, juegan con tonalidades más terrosas y desérticas.

Aunque la figura humana no aparece representada explícitamente, su presencia se intuye en las luces encendidas de los rascacielos, en la energía implícita que fluye en la urbe. Todo sugiere un mundo donde la conexión humana se ha vuelto difusa, perdida entre estructuras descomunales y una polifonía de mensajes superpuestos.

Su obra no solo busca impactar visualmente, sino provocar una reflexión sobre el rumbo de nuestras sociedades: un futuro en el que la ciudad se erige como un ente autónomo, avasallante, mientras la humanidad queda reducida a una presencia apenas perceptible, inmersa en un bombardeo constante de información que ya no puede decodificar. Es un llamado a la introspección, una invitación a leer entre líneas en un mundo donde los mensajes, paradójicamente, han dejado de comunicar.